Para Laura Díaz.
He visto, en el sur, aullar de hambre a los lobos;
eran reales, su aullido, me dolía en los oídos,
y su figura, en lo alto,
fue una patética sensación del olvido.
Otra vez, en el norte, como instrumento de un mundo deshumanizado,
al servicio del mercado de consumo,
me sucedió lo más simple,
lo más elemental:
tener sed, ¡un disparo en la realidad!,
muy lejano al mundo de las fantasías.
Sólo sed. Y estaba en el medio del monte santiagueño.
Una viejita de cabello de luna (qué recurrencia)
me dio agua,
pero es más, me dio del agua más dulce, su sabiduría.
Yo estaba al pié del aljibe, mi cuerpo lleno de abejas,
y como me vio turbado me dijo que no temiera,
pero también que no hiciera ningún movimiento brusco.
Cuando sacié mi sed,
le comenté que ella debería tener mucha miel.
Me contestó que no,
porque el respeto que ella merecía de las abejas,
fue que jamás usó más de lo necesario.
Volvieron a mi memoria, aquellas noches del sur,
la de los lobos hambrientos.
la del dolor en mi historia,
en mi presente vigente.
La realidad, la esperanza, la mentira, la inocencia;
El coraje y la convalecencia en ésta ambición genital,
de poseer
más de lo que necesito.
Desde ese entonces,
aprendí a luchar por lo esencial, nada más,
y a compartir todo lo que pueda compartir.
Yo pienso que en éste mundo,
los mayores hambres que tenemos,
son nuestra excesiva ambición,
y la ausencia ancestral…
de solidaridad.
© 2009 by Eduardo Dante Dall´Ara
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