“Uno es tan original como su ingenio lo permite, mas nunca tanto como su vanidad lo cree”
Al nacer, lloramos
y dormimos,
Y en ese devenir
Solo nos reconocemos, en los ojos de nuestra madre.
Cuando niños, dormimos mucho, en la vida es todo un torbellino;
Jugamos, soñamos y dormimos.
En la adolescencia, se viene la hecatombe del primer amor;
nuestro sueño tiene el rostro de la mujer amada:
dormimos más,
porque hay que recuperarse de tanto sueño en la vida.
Estudiamos, soñamos, dormimos, amamos,
y es poco lo que estamos despiertos.
La juventud es donde se aferra,
la personalidad,
a la tierra,
al conocimiento, a los afectos, a la amistad, a los placeres,
a las revoluciones, los principios, los ideales, y las utopías.
Luego viene el tiempo del asentamiento,
y dormimos poco,
en señal de protesta.
Salvo caso de una traición con trauma,
en donde la almohada es un paño de lágrimas,
o solamente un signo de pregunta.
Es la hora en que intentamos dominar el pánico de la decepción.
Adelante, hay un lapso de insipiente pasividad,
Se duerme por cansancio, nada más.
Cuando entramos en la curva del descenso,
generalmente dormimos poco,
para reponer energías.
De no mediar situaciones trágicas,
La cosa sigue así, hasta el final de la vida,
en donde ya se depende,
de la fe,
y de las ganas de vivir.
Entonces dormimos,
o satisfechos por el deber cumplido,
o rebelados,
porque queda algo por hacer.
En medio de todo esto,
está toda nuestra historia, el valor, el miedo,
y el camino que hacemos,
y cómo lo recorremos,
y qué dejamos, si es que dejamos algo
y desde aquí les deseo,
ojalá no haya nadie,
que se quede en el intento.
© 2009 by Eduardo Dante Dall´Ara
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