martes, 27 de enero de 2009

FUISTE

La eternidad en un instante
(erica dall´ara)


Yo era una especie de "jardinero fiel" de un jerarca del sindicalismo, porque fui el conserje del hotel de turismo de la sede central en Buienos Aires. Fué un cargo al que accedí por ser amigo de quien era el administrador general de hotel, Orlando, para más datos. Aún tengo en mi memoria sus palabras en el primer día de trabajo. Que él quería transformar el sistema de algún modo. Que ése hotel, hasta ahora manejado pòr la burocracia sindical, tenía que ser transformado por gente con una verdadera vocación de servicio. Con atributos privativos a los grandes hoteles, a los de cinco estrellas. Con ésas condiciones ingresé a mi nuevo trabajo. Y a pesar de ser un hombre acostumbrado a las carencias, desde el primer día vestí saco y corbata; adquirí una puntualidad inglesa y gestos refinados propios de los conserjes de los grandes hoteles, tengo desde siempre una grán capacidad de adaptación.

Orlando era un lacayo de Otto y José también era un lacayo de Otto. Bueno, y yo era un lacayo de Orlando. Ésto sucedió a principios del 75, año que fué maravilloso para mí, por muchas razones.


Pasada la primera jornada, el impacto del primer día de trabajo, me fuí adaptando a mis funciones y a su vez logrando una eficiencia sobresaliente. Los clientes se manifestaban conformes con mi atención, los ejecutivos también, y con mis compañeros forjé una relación de mucha camaradería. Allí conocí a Manuel, quien me hiciera escuchar "El lado oscuro de la luna" por vez primera en la vida, en el salón de conferencias del hotel, con la magia de un sonido estereofónico desconocido por mí hasta ése momento. En algunas oportunidades, y a sabiendas de mis capacidades como chofer, Otto me utilizaba como tal en salidas, ora oficiales y formales, ora nocturnas y de diversión. José también. Entonces mis actividades dejaron de ser las de un simple conserje y pasaron a las de un secretario, compinche y chofer. Amén de amigo, en el caso de José. A los pocos días, me autorizaron para quedarme a dormir en el hotel, dado que pasé a ser un empleado full time con múltiples funciones. Un esclavo que le dicen. Trabajaba 16 horas del día. Pero no me quejo porque tenía un excelente sueldo, autos a mi disposición (todos 0 kmts.), comida y la posibilidad de un alojamiento 5 estrellas.
Como dije, trabé una excelente amistad con José, y no sólo con él sino también con su mujer, una rubia de ensueño digna de las películas de Hollywood. Como las rubias de New York. El tema es que a evento que cualquiera de ellos era invitado, allí estaba yo, mas que nada por mi disposición de servicio, por mis conocimientos de inglés y por la idoneidad como chofer. Pero éso me dió la posibilidad de estar en contacto directo con placeres que hasta el momento fueron desconocidos.
Igual, ahora a la distancia, el precio era un tanto alto, porque tenía que soportar a Otto y ser testigo de todas sus componendas, negociados con los milicos, chanchullos sucios con los gremialistas y su estilo autoritario para relacionarse con la gente. Aún recuerdo cuando Lina (una concinera del hotel) le ofreció melón con jamón y contestó que él no no comía platos de los oligarcas, que le trajera sandía con mortadela. Lo peor es que a unos minutos ella se plresentó en la mesa con una tajada de sandía adornada con varias fetas de mortadela.
Una noche, cumpliendo como chofer, Otto me llevó a una cena que tenia con unos oficiales en un barco anclado en Olivos. Un yate que impresionaba de solo verlo. Y allí sucedió la primera de las historias. Fuimos Otto, José, Lili (la mujer de José) y yo. Los milicos, anfitriones de lujo, como sabían de anemano que entre los varones que íbamos había dos que estábamos colgados (Otto y yo), prepararon el obsequio de dos damas de compañía, porque cada uno de ellos estaba con la suya. El asunto es que cuando entramos y a las presentaciones, pareció que cada uno ya estaba predestinado. Entonces me quedé con Hebe, y encontré un mesa aparte donde me ubiqué con ella.
Me dí cuenta que no era del palo. Que tal vez, como yo, estaba de casualidad en el lugar, en ése tiempo y en ésa situación. Y me fuí cautivado por sus ojazos negros, su pelo suelto y su sonrisa de muñeca con alas.
Cenamos. En la cena ya detecté feeling, magia, aquello que no se puede describir. Luego la invité a salir, a seguir conversando afuera porque la noche estaba hermosa. Y terminamos en un pandemonium de besos, abrazos y caricias, en el interior del auto. No creo que la compañía del resto nos haya interesado, ni a nosotros ni a ellos, ya que estaban enfrascados en turbios negocios de gremialistas y militares. Cuando llegó el momento de la despedida, yo mismo elegí llevarla a ella en la primer parada del viaje de regreso, estúpidamente, y cuando quise corregirlo ya fué tarde. Ella misma al bajarse me dijo "yo no te pedí que me trajeras".
Craso error, había perdido la oportunidad de modificar tal vez mi destino.




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