El la miraba desde lejos (siempre lo hacía), ella tejía recostada contra la pared. Como ausente, como si no existiera nada más que sus agujas y el hilo. Ése día notó algo distinto, pensó que estaba luminosa, radiante, una sonrisa tenue le adornaba el rostro. De vez en cuando soltaba una aguja para acomodarse el pelo con la mano derecha, estilo que para él era sugerente, pleno de sensualidad y ternura. Pensó. ¿Qué habría pasado? ¿En qué estaría pensando? Y no se animó a preguntarle desde lejos, estaban como a diez metros y no podía hablar a los gritos. Por un instante, le pareció que sonrió, tal vez recordando buenos momentos. Así pasaron horas, por lo tanto, la oportunidad de hablar. Y así se les fué el día, ella tejiendo y él pensando en ella.
Durante la noche le preguntó y ella no quiso contarle nada, dijo que no tenía importancia, él solo atinó a tragar saliva. No quiso insistir.
En otra habitación, desconocida, se la vió con un hombre, también desconocido, que por las apariencias era médico, pues la estaba revisando atentamente, haciéndole preguntas, a lo que ella respondía un tanto turbada por una sensación extraña. Había algo que la derrumbó, tal vez el hombre le haya dicho algo que la conmoviera. En eso él le puso ambas manos en la cara, como si quisiera mirarla más de cerca, con los pulgares le acarició las sienes y le cerró con suavidad los párpados susurrando algo que sólo ellos pudieron escuchar. Le tomó la cara con las manos abiertas y la besó sin que ella se oponga. Primero suavemente y luego con desenfreno. Ella correspondió a todo, sus besos, sus caricias, y sus palabras de amor. Hubo un momento en el que ella desató el nudo de la culpa, se olvidó de todo, su marido, los hijos, el trabajo, la gente. Fué en el instante en que el médico le tomó la mano y se la puso en su entrepierna, un recurso muy efectivo con algunas mujeres. El falo hace su aparición en el momento justo y entra en escena.
-¿Así que era ésto, puta de mierda? ¿Por éso estás sonriente desde ayer?-
Ella le contestó que sí, que desde hace mucho no se sentía tán bien. Y no le quiso seguir contando para no herirlo. Pero fué evidente que el tipo la había desestabilizado. Aún conservaba los temblores de la mañana anterior e inevitablemente sonrió. Revivió una a una sus palabras, sobre todo cuando le dijo que parecía una quinceañera, lo que además de un halago, para el sexo fué la invitación a superar los límites. Cosa que hicieron durante varias horas.
Siempre tuvo miedo de perderla, pero no se pierde a quien no se tuvo nunca. Hacía poco ella le confesó que nunca lo había querido, que nunca estuvo enamorada de él, que el grán amor de su vida estaba lejos en el tiempo, se había quedado en su adolescencia, y para ella era irrecuperable. O sea que no era él, era otro. Pero tampoco el de la víspera, éso fué sexo, sexo solamente, y del bueno. Ahí se le ocurrio la idea y la propuso, estaría dispuesto a compartirla. Total el otro tampoco la tendría para siempre. Ella le contestó que no era una vaca ni una yegua a la que se podía servir cuando uno quisiera, podía decidir por sí misma el momento y con quién hacerlo, así que se negó a aceptar el convite, prefirió lo clandestino, una normalidad soslayable.
Desde ése entonces él tiene el mismo sueño. Ella protagonista y él como testigo omnisciente, que puede observar todo y que no participa. A veces la vé con hombres distintos. Otras la vé con varios. Manejando ella las situaciones, decidiendo qué placeres tener y cómo. También escucha una voz producto de muchas voces que le susurran consejos y siempre con el mismo argumento. "Le diste mucho poder, hermano, las mujeres son así, llega un momento en que no se conforman con tenerte de los huevos, te los quieren cortar." Ése asunto del "poder" es determinante, uno puede amar mucho a alguien, demasiado, puede saber que la vida de uno está en sus manos, puede sentirlo, y todo ha de funcionar bien si no se lo decimos, de lo contrario, "poder" estará en sus manos, y generalmente se tiende a la destrucción.
"La mujer que yo quiero me ató a su ruta, pero por favor no se lo digas nunca" (J.M.Serrat)
Parece que por ello, se auto-condenó a que el diablo le recuerde en sueños todas las traiciones de ella por el resto de su vida.
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