jueves, 27 de agosto de 2009

Punto

Torpe mi voz ahora,
de quien lo abruman solo los recuerdos,
ingratos o bellos,
al devenir de las concavidades de mis manos.
Intentan detener el tiempo,
pero éste se esfuma en cada grano
de esta arena blanca;
a tempo del son de una plegaria.
O un mantra.
Hacia un Dios que no sabe que es Dios,
enfermo,
demasiado en sí con su vanidad de Dios,
sensible a las dulzuras de aquellos
que han perdido su tiempo, sin saberlo.
Se siente y se presiente la soledad de la vida:
Allí donde hubo fuego,
hay cenizas, lo curioso es la sombra de quien estuvo ahí,
su rastro, huella que se pierde con el viento
que se va entre las hojas.
Yo he sido un soñador taciturno,
mi doctrina siempre fue otear el horizonte,
vislumbrar lo imposible,
y en ese mar de sueños se me fue la vida.
Fui un caminante de sucios arrabales,
declamé en los suburbios los versos de Celaya.
Y en las siluetas de mis calles,
se escribieron consignas con estrofas de Pablo,
esas del pleno amor, y del amor desolado.
En las noches numerosas, la canción de otoño,
se me hizo como un sueño.
Y no sé si el instante en que de partir se trata,
habrá una posta que sueñe lo que soñé en la vida,
o yo mismo estaré… en otro amanecer.




© 2009 by Eduardo Dante Dall´Ara

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