El alba, enrarecida, husmea por la noche;
y la quietud se mece entre yuyos y la brisa.
En la ventana hay lágrimas,
la soledad me cala, me mide, me camina,
y la luz me demuestra el sendero del milagro.
Nunca supe el motivo de mi alma tan pobre,
que me hizo distante hasta el reflejo del día.
Aquí, donde hubo penas, no hay promesas de nada,
y lo que yo murmuro,
son sólo confesiones:
Aquí perdí el amor, aquí las esperanzas,
aquí las sensaciones, y aquí hasta los recuerdos.
Pero la luz no calla, no aborta mis reflejos;
Hoy, después de la noche, aún me quedan versos,
para hurgar la maraña en mi terreno baldío.
© 2009 by Eduardo Dante Dall´Ara
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