Uno puede encontrar diversas formas de morir,
y puede lograr el objetivo, con todo éxito, en un instante.
De cualquiera de las maneras posibles.
Pero el espíritu siembra,
como evidencias testimoniales, pequeños golpes de lo que uno ha sido,
que dejará sus huellas (semillas de la realidad), cuando encuentre
lugar y momento para la consecuencia.
Consciente o inconsciente, desapegado el andar,
en gesto y movimiento.
Una fatiga tan simple, como que viene desde toda la vida
en expresión.
No hay excusa. Es obra desmedida del agobio,
que busca solo un camino para ser feliz,
y lo vive, anticipado,
incluso con la fragilidad latente del mundo y de la vida.
Y es ese el momento, la ocasión de terminarlo todo.
Es así.
Pero solo son vibraciones, y la sensación de que el universo se detiene.
La verdad nadie la lleva. Y nada lleva a la puerta de salida,
nadie la enseña,
todo es especulación, nada es real, nada convence;
la entrada está prohibida, el horizonte no tiene espacio en el alma.
Un punto. Solo un punto. Adonde no arden las preguntas,
Ni relucen las respuestas.
Nada hay de ese fuego.
No queda otra cosa que masticarse el amor y el odio,
todo junto,
y hacerse todas las preguntas,
antes de regurgitarlos, lentamente, no va más,
a otra cosa,
que sirvan para otro.
Es lo fácil.
Aquello que es obvio, por lo que es tan difícil de entender.
Tan evidente,
su contradicción.
Conciencia del afecto,
y también del sufrimiento,
“El rostro obtuso de los techos”,
y yo, no me hago cargo,
no quiero nada de esa lucha,
la vida se queda así, vacía, no hay con que llenarla:
ni siquiera con el rostro de la mujer soñada,
el corazón que vive en los arbustos y las flores silvestres.
Esa piel de azahares,
y ese aroma tan fresco como la luz de la luna,
ay! Que me habrá sucedido.
Hubo un tiempo en que fui puro,
y bello también entre esos brazos de hierba.
Todo puede más que la esperanza, que,
aunque ilusión, fue realidad también.
¿Hay lugar en el umbral de esta noche para tanta plegaria?
Estimo que si, doy fe de ello.
El tiempo me seduce, me pasa por encima.
Este tiempo disgregado en diminutas puertas en las sombras,
yace en el mismo tiempo que intentó ahogarme,
y pretendió convertirme en pasado de nada.
Pero heme aquí, estoy aquí, en lo difícil,
la aventura,
muy firme en el proceso de cambiar de idea:
allí, adonde ahora,
todas mis penas, eran mis penas.
Empecé a verme alegre, a través de tus ojos;
en aquel ramo de rosas al que le falta una,
que es para mi, sin duda.
Aquel poema sin fin al que le falta un verso,
y que, lo pondrás tu cuando ya me haya ido,
pero nunca antes de hacer lo que haya para hacer,
jamás antes de decir todo lo que tenga que decir,
y convencer al mundo redivivo,
que en brazos de este amor,
nada está perdido.
© 2010 by Eduardo Dante Dall´Ara