Esta boca, esta misma boca,
dijo alguna vez que no dirá tu nombre,
y hoy
solo es una sensación de movimiento entre los ruidos de la noche.
Esta voz
que no andará por el camino del misterio,
es voluntad perpleja,
es arma inquebrantable de la mente, aunque corazón vencido, ya,
en un gesto de renuncia,
mortal, espiritual, que nace del amor,
y se sostiene,
por el deseo de aferrarse a una vida casi muerta.
¡Oh Dios, ven!
¡Te necesito!
¿No es así como andaré por las espinas en rosas?
¡Ni en rastro para tu alabanza!
Esto ha de verterse
en la rarefacción de la sangre que, multiplicada por si misma
se transforma en fuente de toda la pureza
y es manantial, bendito,
en toda vida que sigue.
Esta fatiga
que viene del principio del mundo,
de andar cargando un cuerpo con fragilidad.
De estar enfermo siempre, vestido con andrajos, tanto,
que avergüenza, por su falta de sentido,
en el huerto que guardas para mí.
No lo entiendo.
¿Porqué vivir tan lacerado?
¿Porqué luchar toda una vida?
Aún así, yo, me hago cargo,
de mí,
de mi equipaje, y te ofrezco mis manos para sellar la herida.
En éste mismo cuerpo que debió ser tu templo,
el espíritu es libre, se siente muy seguro,
y tiende ante tus ojos su mirada anhelante,
porque tiene un pie muy seguro,
apoyado,
en la historia el mundo.
© 2010 by Eduardo Dante Dall´Ara
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