A Claudio Leonel Balbuena, por su condición de navegante; a Hebe, por aquellos inmensurables cuatro días en una isla del Tigre, y a Haroldo Conti (en su memoria)
Un río no es un río, es memoria,
baten en las aguas los soles que apetecen,
es por eso,
que el curso empieza donde quieras,
sin edad para el hombre
que recuerda,
aquella sensación de ser tan viejo, como el mundo.
Solo soy,
la sensación de ser adormecido, ser poesía,
en sueños de ser barco, y a partir,
hacia el cielo en que nadie me conoce.
Primer día.
Segundo:
El río, ése río, el mismo río:
Socaba hasta el follaje del amor,
y es allí donde me sobo el corazón,
Sentado en la tapa del bambucho.
Y arrojo un mensaje de socorro,
escrito en la imagen de tu piel.
Hay viento, casi llueve.
Y soy el propietario de una faja de lana, una boina,
un timón. Un cabo de amarre y un bichero.
Todo es menos todavía. ¡Que fortuna!
Tercer día.
Me verás saltar, como si
perforara el aire, para llegar adonde viven, sin saberlo,
las tibias turbulencias de tu abrazo.
Eres bestia y animal,
tan tierna y convincente, cual severa mirada que somete.
Una luz que sonríe si la veo.
Y en sueños, solo en sueños, me desatas,
y tu beso es un pleno de alegrías.
Al tercero me dijiste, mitad seria y mitad burla:
“No pedí que me trajeras, y lo hiciste”
Es verdad. ¡Y resplandeces!
En la idea de cómplice de amor.
¡ay! ¿Cual es mi madera?
Y de que es mi barro, ¿de ilusión?
¿de ser esto y no lo otro?
No me amilano.
La aventura de tenerte ya es un sueño.
Tal fue que esta canción de estío comenzó:
Y no se acaba,
hay mensaje, hay pasión, también locura;
a los pies del amor hay desmesura,
en el cielo plomizo del ocaso.
Y final.
© 2009 by Eduardo Dante Dall´Ara
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